NO HAY PALO QUE SE LE RESISTA, LATITUD DONDE NO HAYA TRABAJADO, Y CLIENTE QUE NO LE CUENTE ENTRE SUS ÍNTIMOS. ES ÚNICO E INIMITABLE, COMO SU ESTILO MESTIZO, SENSITIVO, COSMOPOLITA Y SIEMPRE TRANSGRESOR. CHARLAMOS CON EL INTERIORISTA MANCHEGO CON MOTIVO DE SU MERECIDÍSIMO PREMIO INTERIORES
La autenticidad de Tomás Alía (Lagartera, 1964), como su simpatía y su buen juicio, se perciben tanto a través de una pantalla de televisión, en el rol de jurado de talent show, como cuando uno se lo encuentra de vecino haciendo cola en una tienda y le saluda. El secreto está en ser siempre él mismo, sin preocuparse por lo que piensan los demás. Y lo mismo le pasa con sus proyectos: “Me interesa –reconoce– que el espacio sea particular, y además que su particularidad se vea, que se aprecie. Se trata de crear un traje a medida en cada ocasión, diferente a la realidad cotidiana, que conocemos de sobra”. Genio y figura.
Naciste en Lagartera (Toledo), un pueblo célebre por sus labores artesanales,
y en numerosas ocasiones has dicho que todo surgió allí… al contrario que el filósofo clásico, ¿podríamos decir que el origen crea el destino de Tomás Alía? Lagarterano e hijo de la académica y maestra artesana Pepita Alía, lo que sienta un gran precedente. ¡Y orgulloso! Razón no le falta al filósofo clásico: el origen, aunque sobre todo la experiencia acumulada, es lo que da oficio.
¿Cuál es la lección más importante de tu madre? “Sumar y multiplicar, nunca restar”. En todos los aspectos de la vida. Todo lo que te aporte, te lo quedas, y lo que no, fuera.
Creo que de niño, en el internado, cambiabas hasta las camas de sitio… Me encantaba cambiar las cosas… (Risas) Nunca me gustaba cómo las tenía la gente. ¡Era una obsesión! Uno de los curas era de mi familia, así que yo tenía enchufe y por eso me permitían
lo de las literas… Lo importante es que ya entonces me interesaba el cambio, la ruptura y la diferencia.
También has hablado de un cierto “efecto rebote” que te llevaría de lo barroco, rígido y tradicional de tu infancia a una visión más sensual, relajada y contemporánea, como la que destila tu trabajo. ¿Cómo ha variado tu mirada a lo largo de tu carrera? Piensa que nací en un entorno donde la opulencia decorativa, la información gráfica, colorista y formal mandaban en mi esencia creativa. Y en ese contexto tan barroco y artístico se despertó mi curiosidad por la estética, por la belleza, la singularidad y también el espacio. Al formarme, experimentar y realizar múltiples proyectos, he tenido conciencia de la realidad plástica que predico: respeto mucho el pasado, pero siempre proyecto pensando en el futuro.
Dices que lo que más te inspira es irracional, el mundo sensible. ¿Cómo se construye un proyecto con emociones? Mi máxima inspiración son la gente y lo expresivo, sí. Partiendo de esa premisa, la irracionalidad me lleva a crear de una manera más sensitiva que intelectualizada y a acercarme más a la profundidad de lo que quiero proyectar desde lo que siento.
¿Qué significa la palabra ‘estilo’ –en el más amplio de los sentidos–? Estilo es, para mí, estar vinculado a una determinada escuela, una forma de vida, una forma de expresarte… En realidad, el estilo es ante todo una actitud. Cierta mirada, ciertos gestos…
¿Es la mayor virtud del interiorista la discreción? Es una premisa imprescindible, desde
luego. Por un lado, la arquitectura es silenciosa, se lleva muy mal con el ruido; y, por otro, por el tema de la confidencialidad de tantos proyectos de los que no puedes enseñar ni una foto…
¿Y qué papel juega la psicología? Por supuesto también es esencial. Saber captar sensibilidades, interpretar los sueños y deseos del clientes para confrontarlos con sus necesidades… Y también encuentro otra cualidad importantísima: la capacidad para establecer relaciones humanas.